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Think pink texts (2011 - Spanish)

 

Esto no es arte político

 

¿Cómo se reivindican  las causas políticas en el arte? ¿Qué interés tiene hacer visibles el horror, la corrupción, la injusticia, en  objetos (intangibles a veces) que son financiados por las mismas causas y en el mismo sistema que los origina?

   A veces sonrío, no sin cierta sorna, al encontrarme con la ingenuidad cínica de algunos artistas cuya obra pretende ser “política”.  No es un sentimiento muy original, basta con echarle un vistazo a los faranduleros escándalos en los cuales se han visto involucrados artistas como Alfredo Jaar o Doris Salcedo en los últimos años. Fuera de este debate mediático por lo éticamente correcto para el artista “político”, habría que preguntar a los mineros brasileros si su situación ha mejorado, si recibieron alguna regalía por la venta de las fotos o las instalaciones del artista. Habría que preguntarle a quienes adquirieron la obra si fueron más allá de reconocer la capacidad compasiva del chileno, y habría que preguntarle a los espectadores del MAC de Chicago si luego decidieron tomar armas contra la injusticia de las devastadoras compañías mineras. Y los desaparecidos, desaparecidos siguen. También habría que cuestionar el altruismo y el amor por la cultura de quienes adquieren estas obras.

 

“Sunday turned out to be a relaxing day.  We were checked out of the hotel by 11:30AM, then walked a mile or so to find brunch around the Chicago Museum of Contemporary Art.  After eating, we stopped in the museum.  Most of the exhibits were, ahem, “too contemporary” for me, but I did enjoy the work on display by Alfredo Jaar, including a cool installation piece called Geography = War that was really [1]powerful and unique.  After the museum, I returned to Wicker Park for some shopping and to check out the street art, taking the El back to the airport around 4:30PM for my 6:30PM return flight.  As they say, all good things must come to an end…”1 

 

Probablemente todos reconocieron y  admiraron en estas obras su propia capacidad compasiva… “¡Terrible! ¡Pobre hombre!” y luego se sintieron bien con ellos mismos por su muestra de humanidad.  La milésima de segundo en que se activaron sus neuronas espejo (aquéllas que nos hacen sentir empatía por los demás humanos y animales), fueron la catarsis  instantánea para esas sombras de tormento que se han acumulado por cierto tiempo en las mentes de quienes llevan una vida cómoda (posiblemente aquéllos que pueden pagar las entradas de los museos en sus tiempos de ocio). Es la comida rápida de la consciencia (para los amantes de la cursilería).

Sin duda allí hay poesía; dulce y cínica poesía.  Lo que es francamente válido en esas obras no es su poder político, sino su capacidad plástica, poética, o ambas.  Pero como “medio para un fin”, su valor es nulo. Me llega a la mente una analogía con los videos de fauna salvaje, en el cual el camarógrafo mira y graba detrás de su lente las imágenes de un león, el nuevo macho alfa,  devorando los cachorros de una hembra fecundada por otro macho.  No sería ético intervenir…

Es por ello que uso la palabra “cínico”, pues estas obras usan el dolor de los demás para su propio beneficio.  No me molesta el uso del tema político en sí, sino la pretensión, la arrogancia y la hipocresía con que le atribuyen ciertos artistas un valor moral superior.  

 Refiriéndose a ideas vehiculadas por las obras de arte comprometidas, la filósofa y poeta Chantal Maillard dice: “ Los circuitos del mercado prefieren que estas ideas sean políticamente incorrectas, lo cual las vuelve, es evidente, correctas desde el momento en que eso es lo que se espera de las mismas, que por eso se encuentran controladas dentro de los espacios reservados para ellas. Como los animales en los parques temáticos, neutralizada su peligrosidad, son la necesaria contrapartida de la realidad, que puede seguir siendo tal cual está siendo porque admite, en su seno, lo que la contradice.”[2]

León Ferrari, por ejemplo, tiene un cuerpo de obras cuyo tema no disimula sus fuertes posturas políticas.  No hace falta buscar mucho en su exposición en el Banco de la República para encontrar las arremetidas del artista contra la guerra, los predicamentos de la religión católica, los gobiernos opresores argentinos. Sin embargo, el artista aclara: “uno trabaja dentro del poder; sabemos bien quienes compran la obra de la cual vivimos.”

Algunos, para supuestamente demoler el carácter elitista del arte y hacerlo más “popular” y “contemporáneo”, han utilizado  métodos de reproducción mecánicos y materiales baratos. Esto, sin embargo, no constituye en absoluto una democratización del arte, sino todo lo contrario: ¿cómo entender fuera del contexto que el mismo objeto valga más por haber pasado por las manos del “artista”? No hay concepto más egocéntrico y exclusivista que ese. Como bien lo dice León Ferrari: “No, el arte desgraciadamente no se populariza por abaratarlo porque el arte es el resultado del medio en que uno vive. Y desgraciadamente el arte vive muy cerca del poder y del dinero aunque el artista no lo quiera.”[3]

  Tampoco pretendo condenar a los artistas cuyas pasiones se sientan inconformes con los acontecimientos a divagar en consideraciones puramente estéticas. Yo misma a veces no puedo ni quiero dejar de lado las imágenes* ni los eventos que me conmueven, me enojan, me motivan a actuar o me permiten regodearme en mi inconformidad. Pero si la pasión va más allá de la indignación auto-complaciente del que ve y pobretea, no se puede justificar el uso exclusivo del arte como “denuncia” o “protesta”. Los textos, las intervenciones activas, o el combate son medios menos hipócritas y más efectivos. No pongo en cuestión la validez de las obras por su contenido ideológico, este es generalmente su fuerza más  valiosa (siempre y  cuando no se transformen en signos, desapareciendo una vez ha sido transmitida la idea). Por ejemplo, está fuera de duda que algunas obras del ya mencionado Alfredo Jaar son contundentes y hermosas. Como El lamento de las imágenes, que invita al espectador a reflexionar sobre su manera de absorber las imágenes y a experimentar la potencia de la imagen en el silencio y la luz, queriendo transmitir la experiencia de manera poética . Son manifestaciones plásticas y poéticas tan valiosas como las más puristas. Sin embargo, considero que los artistas que usan en sus obras los sufrimientos de otros, con fines “dignificantes” o de denuncia, o para crear una conciencia solidaria, pueden caer en una vergonzosa contradicción moral. Además,  adquieren un compromiso social que debería ir más allá del arte y la poesía.

 Si como artista se reconoce esta contradicción y se opera dentro de ella, se libera la obra de su pretenciosidad. Esta levedad, a su vez más sincera y más accesible, no pierde del todo su cinismo.

Por eso, si a mi obra se le atribuye un carácter “político” dentro de los parámetros con los cuales se ha definido esta especie de categoría artística, ojalá sea evidente su cinismo recalcitrante. Ojalá la contradicción misma sea la que conmueva.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Marx Lounge, Alfredo Jaar,2011, España. 

 

“Deseo con toda mi alma que logren rescatarlos. Son en momentos críticos de vida o muerte como éstos cuando nos damos cuenta lo poco que les hemos dado a los mineros de Chile a cambio de nuestro bienestar. Los 700 metros de profundidad que nos separan de ellos son la distancia metafórica que existe hoy entre la realidad aparente de un país desarrollado y la triste realidad de uno que no lo es”, afirma el arquitecto de las imágenes que hoy sigue la noticia en las antenas locales, pues ha regresado desde Nueva York para estrenar dos mediometrajes en Sanfic: “Las cenizas de Pasolini” y “We wish to inform you that we didn’t know”, con las cuales aspira tocar las fibras de algunas personas en el silencio y oscuridad de una sala de cine. [4]

 

Además…

 

El arte es ya en sí una postura política. La sociedad  le ofrece la posibilidad, al menos ideológica, al artista de coexistir con los demás entes sociales a través de la reflexión estética y la plástica. Sin embargo es a veces una supervivencia difícil. El escoger un camino disidente, así sea mínimamente (El sistema social probablemente preferiría que existieran menos artistas de los que hay. Tiende a querer controlar la práctica artística en cantidad, calidad y contenido), es una pequeña muestra de resistencia política. La pulsión creativa mantiene su diferencia a flote. Defiende su “inutilidad”.

 

Paralelamente, el tipo de manifestación, es decir las normas estéticas, también podrían ser formas de manifestar ciertas ideologías: según Luis Camnitzer el abstracto-expresionismo norteamericano es la manifestación nacionalista macchartiana. [5]Sin embargo, considerando que a veces la relación ideología- plástica es difícil de esclarecer, por aquello de la no verbalización de algunos tipos de pensamiento, estas manifestaciones son mas dicientes sobre caracteres mixtos y aleatorios del momento, del lugar y de la subjetividad del artista.

El arte crea experiencias que son válidos patrimonios culturales ( que en nuestros días parecen irse valorizando). El movimiento de las unidades de cultura, los memes, construye una red de significados y realidades, así como se construiría una red virtual.

Si el objetivo es luchar por una causa, ya sea política o social, ¿para  qué llamarlo arte? Este trae una carga que en últimas parece solo recalcar, de nuevo , un deseo de visibilidad por parte del artista. Se podría creer que quizá la asociación del arte a estas prácticas, o más bien, la expansión de las prácticas artísticas pueda ser de utilidad, de alguna manera, a la causa. Quizá permite acaparar el dinero destinado a la “cultura” para integrarlo eficazmente dónde se necesita. Sería entonces una estrategia de pequeñísimas revoluciones internas. O quizá el artista quiera legitimar su poder sobre la sociedad, poder intervenir en asuntos importantes sin tener un título de sociólogo o de abogado, y en algunos casos sin comprometer su integridad. Quizá a través del prestigio del arte se pueda hacer más visible la acción. En todo caso parece un procedimiento muy costoso para tan mínimos resultados concretos. El simbolismo con el cual suele operar el arte no tiene efecto inmediato en la realidad. Quizá es un efecto mariposa. En todo caso , el hecho que las artes plásticas parezcan estarse orientando hacia cuestiones humanitarias es un signo saludable sobre la evolución de la conciencia humana. Puede ser el indicio de que vamos por buen camino.

[1] http://dpatrickjohnson.wordpress.com/2010/03/23/trip-report-72hrs-in-chicago/ 

[2]  Contra El Arte y otras Imposturas, Chantal Maillard, Pre-textos, 2009, p. 76

[3]  León Ferrari, Works 1976-2008, p. 49 

[4]     http://www.publico.es/culturas/361570/el-marx-lounge-instala-su-artilleria-en-sevilla/version-imprimible 

[5]    Luis Camnitzer, Arte e Ideología II, Arte e Colombia 31, 1986 

 

 


¿Cómo justificar el uso del arte?

 

      Siendo de una familia de clase media , a veces es difícil sostener que el arte es de alguna manera relevante.

Desde el punto de vista socioeconómico, existen ciertas prácticas categorizables en grupos cuyos límites son tan blandos como lo son los de la práctica misma del arte. En este momento se podría hacer una caricatura del medio más o menos así:

El arte de farándula y de entretenimiento no tiene dificultades en mover grandes sumas de dinero, en involucrar carros, viajes y fama. Llegar a esto sin embargo, requiere muchas veces más talento social y discursivo que artístico, en el sentido más convencional de la palabra . Esta vertiente del  arte se  basa en el estatus social y el deleite intelectualoide de delfines burgueses, así como en un preconcepto popular de “cultura” que termina asegurando su correcto funcionamiento. Es el arte que domina las expectativas de la mayoría de los aspirantes a artistas, de modo que es el mecanismo que en la sociedad occidental permite el engranaje del sistema artístico: sin la motivación de vender, de poder vivir del arte, muchos menos se embarcarían en la odisea.

 

Le sigue un arte más independiente de la élite económica, que a veces se limita a las academias y a los pequeños circuitos beneficiarios del financiamiento público. Generalmente no hace el ruido de la primera vertiente definida, pero  orienta las “modas” de producción, y elabora los discursos en base a los cuales se juzga el arte en general. Es una categoría que entonces podría justificarse por su contribución a los ambientes intelectuales, a la preservación del arte como figura cultural, a la reflexión sobre la identidad de las sociedades, etc. De cierto modo, este arte me recuerda la situación de la “Alta Costura”, una práctica en declive, prácticamente financiada por los gobiernos europeos (quienes consideran que hace parte de su “cultura”). La alta costura, en contraste con el “prêt-à- porter” , es elaborada a mano. Los  y las sastres insertan cada canutillo, dan cada puntada a los trajes únicos, espectaculares, extravagantes y costosísimos. Ni siquiera aquél 2% de la población del mundo que detiene el 65% de las riquezas logra dar aire suficiente a la alta costura, pues los trajes no sólo son demasiado costosos, sino demasiado  “creativos” para ser usados cotidianamente. La desaparición de esta práctica no tendría grandes consecuencias sobre la moda concreta, pero sí afectaría la idea de moda, así como la preciada idea que los europeos quieres proyectar de sí mismos (La analogía claramente no es perfecta, pero no me puedo impedir cierta satisfacción morbosa al pensarla).

Finalmente está el arte que confunde el razonamiento, y que algunos podrían argumentar es la base de la creación artística, el arte sin sentido, el de rayar, el de contemplar ,al cual se le pueden atribuir hasta connotaciones metafísicas. Es un espacio creado por la sociedad en el cual no necesariamente tiene que funcionar una lógica del progreso: muchas veces estos espacios de arte no funcionan según la lógica capitalista, ni siquiera según la lógica la más simple y básica de la motivación humana. ¿En qué contribuye el arte a la evolución biológica?  ¿Qué beneficios tiene sobe la reproducción? Mis reflexiones, desafortunadamente, no pueden desprenderse del todo del pensamiento conductista.[1]

 

Se podría argumentar que así como algunos animales tienen características físicas excéntricas que sirven de atractivo para sus potenciales parejas (“sexual handicaps”, como los excesivamente grandes cuernos de los alces, las colas largas de los colibríes machos) los humanos tienen el arte. Se trataría entonces de una práctica aparentemente inútil, pero con un atractivo erótico (no necesariamente sexual), un “sexual hándicap” llevado a un alto nivel de complejidad.

 

Esta comparación, sin embargo, contiene cierta connotación sexista, pues en el mundo animal generalmente son los machos los portadores de estas distinciones estéticas: de algún modo se explicaría por qué en la historia el Arte (no las prácticas artísticas en general, sino el arte de los protagonistas , los “genios” y el “talento”)  ha sido preponderantemente masculino, y por qué desde la revolución sexual esto ha ido cambiando poco a poco, y de una manera que, según este argumento, no sería del todo “natural”.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                                         Frida Kahlo, El Venadito o el Venado o Soy un pobre Venadito, 1946

 

Portar un sexual handicap es entonces un signo de buena genética y deseabilidad sexual. Pero también es un riesgo ante los depredadores. Así los artistas reconocidos pueden disfrutar de su exagerado éxito y prestigio, mientras la mayoría de los no-machos alfa vagabundeamos sin territorio alguno…

Siguiendo el hilo del argumento, el arte sería entonces una práctica que, como la mayoría de valores que portamos desde el pleistoceno, ha perdido su utilidad facilitadora de la prolongación de la especie. Es entonces una práctica inútil que se ha vuelto parte de la identidad humana, y que ha evolucionado en lo que me gusta llamar “el pedo evolutivo”, un escape de la pesada digestión humana, cuya intervención en el proceso no es necesariamente importante, pero cuya existencia es necesaria para el proseguir de la digestión . La necesidad de hacer cosas, de entregarse al caos, es suficiente para justificar su existencia.

 

[1] Si analizáramos este último impulso creativo, universal, en el conjunto de la población mundial, y lo consideráramos un atributo al que estamos genéticamente predispuestos, habría que preguntarse por qué se mantuvo dicho rasgo a lo largo de la evolución y a lo ancho de la Tierra. Quizá es un rasgo que también promueve otros tipos de creación y otros tipos de “progreso”, como el científico por ejemplo. Sería entonces un gen deseable, cuya actividad en efecto serviría a la adaptabilidad y la supervivencia.

 

 

Dulce

 

 

El dulce parece un concepto banal. Es una especie de conjunción de los dulces, y de lo dulce, pero me interesa cuando se considera el dulce como un objeto cuyo fin es sencillamente ser dulce. Así, no es el azúcar con el que endulzamos nuestro café, sino la colombina, el helado, la torta, etc.

El dulce, cuya función biológica ha sido sobrepasada por el gusto y la extravagancia adquiridos siempre por las cosas que generan placer, es una analogía perfecta al arte. No por nada la palabra gusto, el sentido corporal de los sabores, es la misma usada para describir una manera particular de apreciar, y hasta para describir un placer, digo yo, fino.

La gama de posibilidades estéticas creadas alrededor del dulce no es algo que se deba menospreciar. El deseo de hacer visualmente deseable aquello que es agradable al gusto ha adquirido tales dimensiones que se ha elaborado un complejo mercado alrededor de él, tanto o más importante que el de los insumos tradicionales de arte .Es curioso que algo que pronto se transformará en mierda, cuya vida como objeto de deseo es tan corta, se empeñe en ser extravagantemente elaborado, colorido y atractivo. Esto se debe a que el dulce se genera constantemente, y se consume a diario. Es un fenómeno opuesto al de los objetos de arte, cuyo carácter “único” y auténtico va de la mano con su durabilidad.

No es de extrañar que dentro del campo de la decoración dulcera se hayan creado herramientas con poderes plásticos particulares, como las boquillas, las masas de pastillaje, las cremas, las grajeas, los cortadores, y un sinnúmero de objetos y recetas que permiten creaciones genéricas y originales. Pero no ha subido de estatus la práctica. Sigue siendo el dulce un objeto de deseo de diario, y sus posibilidades estéticas son vistas con mucha naturalidad. No puede subir de estatus una práctica  artesanal tan popular,  que además en cuestión de horas va a ser disuelta entre jugos gástricos… Aún así, las cualidades escultóricas de los materiales y su potencial plástico son sorprendentes.  Por ejemplo, la capacidad mimética de algunas pastas (tan simples como  azúcar y claras de huevo) puede imitar telas y flores, con una delicadeza imposible de alcanzar con arcilla o cualquier otro de los materiales comúnmente usados en escultura. También puede servir como pigmento, pegamento o relleno.

 Sin embargo, la decoración dulcera también ha desarrollado sus propias normas estéticas, y la mímesis exacta no siempre es lo más apreciado. Las representaciones suelen ser  algo caricaturesco.  En ocasiones, rozan inocentemente lo grotesco, en otras lo minimalista, como aquéllas  tortas para apartamentos loft de revistas como Axxis . La deformidad de los torpes intentos miméticos (que pueden llegar a la perfección), es apreciada con cariño y aceptada como normal.

 

 

Simbólicamente, el dulce está asociado a la alegría y la celebración. Y como todo aquello que nos produce placer, su consumo se sume en todo tipo de excesos visuales, carnales, económicos y psicológicos. El dulce, analogía al arte por su evolución a partir del gusto, del deseo y del placer, también es el representante perfecto del consumo en nuestra época. Es (junto con la grasa), sin duda, la forma más fácil y rápida de obtener pequeños placeres, como pequeñas dosis de masturbación gustativa. También aparenta ser la manera más inofensiva, más barata y menos vergonzosa. El consumo desmesurado de dulce está así respaldado por nuestras mojigatas conductas sociales: la gula parece un pecado menos terrible que la lujuria, y menos culpable que el voyerismo.

    Hacer un dulce para no comérselo parece ilógico. ¿Qué niño no ha querido morder una florecita de esas que adornan los pasteles matrimoniales? También parece sacrílego lo que parece dulce y no lo es. Causa cierta repulsión saber que los pasteles  de películas y telenovelas  son pedazos de icopor con cubierta; decepciona enterarse que aquélla donut gigante está hecha de acero.

 

Razón y Progreso

 

     No es de extrañarse que la mente moderna haya imaginado que la Razón,  ideal supremo de los filósofos de la Iluminación, fuera el motor del desarrollo y la evolución social del humano.  Se creía que si la razón predominaba en la sociedad, por encima de la “superstición”, la sociedad eventualmente llegaría a su estado utópico, de libertad e igualdad.

Hoy es claro que no es así. De hecho, habría sido completamente irónico que aquella idea de “progreso” que tenemos tan clavada en el cerebro, se hubiera cumplido. La modernidad, y su idea de linealidad, de progreso, no sólo se basan en “incondicionales” ideas de filósofos bondadosos: el motor inicial, aquél que le permitió a estas personas estar en el lugar privilegiado de “pensar”, no es otro que el saqueo desbocado de las riquezas del “Nuevo Mundo”. La modernidad nace del encuentro con el “otro”, y de su posterior dominación ideológica y física. Y la idea de progreso, fundamentada en la razón, comparte sus orígenes.

De cualquier modo, es difícil batallar contra estas ideas, pues ¿ no necesita el ser humano una motivación para vivir? ¿Qué sería de nosotros si no creyéramos en la idea de “un futuro”, y uno mejor? No es fácil desprenderse de los conceptos darwinianos, que definen nuestra identidad como especie, que justifican nuestra categórica idea de estar separados de los “animales”, y que han sido absorbidos por casi todos nuestros pensamientos, hasta aquéllos que nada tienen que ver con la biología ni la evolución (como el arte, por ejemplo).

A modo de chisme, alguna vez le oí a un no totalmente desconocido historiador colombiano ( Jaime H. Borja), que era completamente falso creer que las cosas están mejor hoy que hace doscientos o trescientos años. La gente se sigue muriendo de hambre ( en proporciones que según la justificación de la idea de progreso son alarmantes), se han acrecentado las diferencias sociales y siguen habiendo guerras. Comentaba él que, de hecho, somos muy engreídos al creer que somos más “civilizados” que en el medio evo, por ejemplo. Al parecer, la imagen que nos han vendido de este periodo, lleno de guerras, de crueldades y de injusticias, no corresponde del todo a los datos históricos. Sí, había guerras. Pero las distancias, el costo que estas generaban, y de hecho la misma organización social, las hacían muy espaciadas en el tiempo. Transcurrían decenios en paz. En cambio hoy la guerra parece no acabar.

Volviendo a la razón, hay otro motivo fundamental por el cual no termina de convencerme su benevolencia.  La razón está primordialmente ligada al pensamiento, y según mi sentido común, al pensamiento verbalizable (otros tipos de pensamientos, no asociadas al lenguaje, generalmente reciben otro nombres, como amor, o imaginación, etc.[1]).  El pensamiento ha generado un amplio campo de estudios, que parece no tener fondo ni filosóficamente hablando (pensar el pensamiento en sí no nos permite conocer su naturaleza) ni psicológicamente hablando.

Yo diría que su único punto claro de agarre por ahora, es uno neurológico (según el enfoque conductista del cual no me logro zafar).

Partimos de la idea que el hombre aún es un animal, y que su cuerpo (incluidos sus impulsos cerebrales), aún son dominados por sus necesidades biológicas, o por aquellas que alguna vez tuvo. Por ejemplo, al hombre del pleistoceno le gustaban los senos grandes, por su capacidad de almacenar grasa y, al parecer, sobretodo porque le permitían ver más claramente si la pareja era simétrica.

 La razón, hijita de los instintos, es entonces un híbrido entre impulsos de supervivencia viejos y nuevos, y una idea de la supervivencia general como especie (por eso no es un concepto estático; sería erróneo pensar que la razón, con respecto a la esclavitud,  era la misma hace doscientos años que hoy.  Se podría imaginar, siendo positivamente progresivos, que en doscientos años, el pago de empleadas domésticas posiblemente se aprecie con ojos similarmente condenadores). Nos asegura entonces una especie de coherencia actualizada.

Pero,¿ en qué momento el instinto de supervivencia puede ser considerado amigable a un futuro igualitario? La razón, por ahora muy cercana al primordial deseo de supervivencia, también es la que dicta las prioridades de lo individual sobre lo colectivo. Si una persona muy adinerada usa su razón, no va a repartir todo su dinero entre quienes lo necesitan (probablemente puede salvaguardar su autoestima benevolente gracias a fundaciones o actos de caridad, o quizá comprando “arte político”). El punto es que la razón, tal como la poseemos hoy en día, no puede estar ligada a la sociedad utópica, pues no remedia la desigualdad. La razón, hoy,  es capitalista.

Sus aliadas, las ciencias exactas, tampoco están muy cerca de responder cuestiones fundamentales, ni sobre lo que somos, ni sobre lo que llamamos mundo. Entonces, si usamos la razón, las ciencias, la linealidad y el progreso para autoevaluar nuestra condición, contradictoriamente nos parece que estamos “atrasados”. 

Quizá en el destino del humano no está inscrita la perfección y tendríamos que aceptarnos con nuestras crueldades y nuestros horrores. Sin embargo esta postura depresiva es demasiado facilista para  nuestras ilusas mentalidades.

Teniendo estas consideraciones en cuenta, los ataques a las prácticas artísticas, incluyendo a la tantas veces muerta pintura, pierden su seriedad. Si nuestra existencia no es lineal, sino caótica, se ponen en tela de juicio los valores con los que el arte ha sido juzgado ser menos que otras prácticas humanas. Es posible afirmar, que si en efecto existe una evolución positiva, ésta podría darse más a través del arte que de la ciencia pura, o de una combinación de las dos.

 

 

[1] La metáfora, la poesía, son tipos de pensamiento cuyo resultado exterior puede tener forma  verbal, pero cuyo funcionamiento no obedece a una lógica lingüística. 

 

 

 

 

 

 

 

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